La confesión tiene el propósito de librarnos para que disfrutemos de la comunión con Cristo. Esto debiera darnos tranquilidad de conciencia y calmar nuestras inquietudes. Pero muchos cristianos no entienden cómo funciona eso. Se sienten tan culpables que confiesan los mismos pecados una y otra vez, y luego se preguntan si habrían olvidado algo. Otros cristianos creen que Dios perdona cuando uno confiesa sus pecados, pero si mueren con pecados no perdonados podrían estar perdido para siempre. Estos cristianos no entienden que Dios quiere perdonarnos. Jesús murió a fin de ofrecernos su perdón. Cuando acudimos a Cristo, Él nos perdona todos los pecados cometidos o que alguna vez cometeremos. No necesitamos confesar los pecados del pasado otra vez. Desde luego que deseamos confesar nuestros pecados en forma continúa, pero no porque pensemos que las faltas que cometemos nos harán perder la salvación. Nuestra relación con Cristo es segura. Sin embargo, debemos confesar nuestros pecados para que podamos disfrutar al máximo de nuestra comunión y gozo con Dios.
La verdadera confesión también implica la decisión de no seguir pegando. No confesamos genuinamente nuestros pecados delante de Dios si planeamos cometer el pecado otra vez y buscamos un perdón temporal. Debemos orar pidiendo fortaleza para derrotar la tentación la próxima vez que aparezca.
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